Las vacaciones… ¡Ese tan ansiado momento!.
Momento para descansar, desconectar,
disfrutar…
Esas son las expectativas que todos
tenemos de las vacaciones. Pero luego está la realidad: agobios, frustraciones,
discusiones, conflictos…
Porque nuestras expectativas y las del
resto no siempre son compatibles.
Todos queremos vacaciones, pero no
siempre coincidimos en el destino soñado. O puede que coincidamos en el
destino, pero está la realidad económica.
Todos queremos descansar, pero hay quien
siente que no descansa, al tener que atender a toda la familia. Porque no
siempre hay un reparto equitativo de roles durante las vacaciones. Y la persona
con más carga de tareas domésticas piensa: ¿Cuándo descanso yo?. ¿Para cuándo
mis vacaciones?.
Todos queremos disfrutar, tener nuestro
espacio de descanso, de paz, sin obligaciones, ni agobios, seguir nuestro propio
ritmo…
Pero la convivencia no siempre es fácil. ¡Y
menos cuando estamos 24 horas juntos!. Da igual que sea con tu pareja, tu
familia o tus amigos. ¡Todos necesitamos de nuestros espacios!. Una convivencia intensa, donde hay que
adaptarse a otros ritmos y formas de hacer, a otras manías, rutinas y otros
puntos de vista. Lo que acaba generando desacuerdos y roces que desembocan en
estrés, tensiones y conflictos.
Porque a veces nos cuesta adaptarnos a
nuevas rutinas y roles. O porque estamos acostumbrados a vivir solos y tanta
compañía llega a estresar y asfixiar. O bien porque durante el curso, las
obligaciones laborales, personales y familiares hacen que no compartamos tanto
tiempo junto a nuestra pareja. Por lo que la convivencia vacacional nos llega a
agobiar. O porque esas obligaciones nos tienen tan ocupados, que en realidad no
hay tiempo para resolver los conflictos que van surgiendo durante el curso. Por
lo que esos conflictos se arrastran, se tapan con otras preocupaciones. Pero
durante las vacaciones reaparecen, con la convivencia continua y la cercanía.
O porque decidimos pasar las vacaciones
con la familia extensa, pero al cabo de los días surge la necesidad de marcar
límites por parte de todos. Sentimos la necesidad de defender nuestros espacios,
opiniones, decisiones, formas de hacer… Llegándonos a sentir cuestionados, juzgados,
no valorados, utilizados… Se pierde la paciencia y ya no hay tanta tolerancia
ni respeto como al principio…
O porque las vacaciones, al ser un
momento de parar y hacer balance de nuestro año, salen nuestras frustraciones
personales, laborales, familiares... Por lo que nos volvemos más irascibles y
susceptibles. Lo que no facilita la convivencia.
Además de la presión añadida, con el
pensamiento de que “las vacaciones son para
disfrutar de la familia”.
Y cuando no se cumplen las expectativas
que traíamos en la maleta, aumenta nuestra frustración, surgiendo más
recriminaciones y conflictos.
Son momentos en los que hay que aprender
a adaptarse y flexibilizarse. Es normal que se discuta. El problema está cuando
hay conflictos no resueltos.
Las crisis son oportunidades de
crecimiento. Los conflictos nos dan la oportunidad de reflexionar, evaluar, cambiar
lo que no nos gusta y recomenzar.
La dificultad está en saber manejar las
emociones que surgen tras una discusión, un conflicto o un cambio. ¡Ese es el
reto de toda pareja o familia!.
Las fortalezas de una familia están en adquirir las competencias y habilidades a nivel individual y de grupo, para afrontar situaciones adversas o de estrés, identificar las necesidades y encontrar soluciones a los problemas.
Es decir, adquirir las herramientas que contribuyan a mantener la armonía y cohesión familiar, a pesar de las dificultades.
Y dentro de esta mochila de herramientas, encontramos la inteligencia emocional y la capacidad de resiliencia. Aspectos que abordaré en próximos artículos.
Alicia Martín Martín
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